Cuando Ba Llena era muy pequeña

Hace más de mil millones de años que una tal Ba Llena vivía sola, solísima en un diminuto lago, en las profundidades de una selva. Ba Llena era tan pequeña como una vulgar sanguijuela. Lista, ágil, divertida, incansable, un auténtico diablillo de pececito; sin embargo, estaba muy disgustada a causa de su tamaño. De hecho, muy a menudo se la oía suspirar:

Todos son más grandes que yo. Qué desgracia es ser pequeño.

Cerca del lago había un árbol y en el árbol el nido de una cierta Ci Güeña. Esta Ci Güeña se pasaba el día espiando el lago. Apenas un pez asomaba para tomar una bocanada de aire, Ci Güeña se lanzaba como un rayo, lo atrapaba con su largo pico y se lo comía en un abrir y cerrar de ojos.

Ahora bien, un día Ba Llena sacó la cabeza por encima del agua, intentando agarrar a una libélula que, a su vez, estaba persiguiendo a una mosca, la cual también buscaba el modo de atrapar un mosquito.

Ci Güeña se lanzó a toda velocidad, cogió con su pico a Ba Llena y se la llevó muy alto, hasta el nido, para podérsela comer con tranquilidad. Una vez que llegaron al nido, le dijo:

Ahora mismo te como, pero antes dime quién eres, cómo te llamas y a qué te dedicas. De otra forma, ¿qué gusto daría comerse algo si no se sabe lo que es?

Ba Llena le respondió con la violencia que da la desesperación:

Me llamo Ba Llena. Profesión: muerta de hambre. ¿Quién soy?: el pez más desgraciado del mundo.

Ci Güeña le preguntó:

¿Por qué eres el pez más desgraciado del mundo?

Ba Llena le dijo:

Porque nací y crecí en este miserable laguito, en este charco. Jamás he visto el mundo. Me ha arruinado ser tan pequeña. Y ahora encima vas tú y me comes. ¿Quién es más desgraciado que yo?

Ci Güeña se sintió impresionada por el dolor sincero de Ba Llena. Y le dijo:

Pero si te dejara vivir, ¿qué harías?

Y Ba Llena:

Haría cualquier cosa con tal de volverme grande y gruesa.

¿Cómo de grande? ¿El doble de lo que eres ahora?

Mucho más, mucho más. Cien mil veces más.

¿Y por qué?

Porque sí.

Ante esta respuesta, Ci Güeña se rascó la cabeza perpleja; luego le dijo:

Me parece que tú eres así de pequeña porque has nacido y crecido en este lago diminuto. A lago pequeño, pez pequeño. En mis viajes he visto un lago inmenso al cual llaman mar. Pues bien, ten por seguro que si pudieras llegar hasta ese lago llamado mar te volverías grande, grandísima, desmesurada, precisamente porque ese lago llamado mar es verdaderamente grande.

¿Cómo es de grande? ¿El doble de nuestro lago?

¿El doble? ¡Bromeas! Es cien mil veces mayor.

Entonces Ba Llena le dijo:

Animo, cómeme ya. De todos modos no lograré ver nunca el lago llamado mar. Cómeme y acabemos de una vez por todas.

Pero Ci Güeña le respondió:

No; eres un pececito tan original que renuncio a comerte. Te voy a complacer: ahora mismo te cojo con mi pico y te llevo volando al lago llamado mar.

Y Ba Llena:

No; con el pico, no. No sea que luego, durante el vuelo, te venga el apetito y me devores para darte ánimos. No; yo iré caminando, y tú desde el cielo, volando sobre mí, me indicarás el camino.

Para poder comprender este diálogo, raro en un pez, hay que saber que entonces todos los peces tenían pies e igualmente Ba Llena: dos piececitos negros muy parecidos a los que tienen los gansos, pegados a los costados, uno de un lado y el otro del otro. Ba Llena utilizaba los pies cuando no tenía nada mejor que hacer, para pasear sobre el suelo firme.

Dicho y hecho, la pareja se pone en camino. Ágil, rápida, incansable, Ba Llena camina por entre bosques, prados, campos, barrancos y valles; Ci Güeña, ajustando desde el cielo su vuelo al paso de Ba Llena, le indica el camino. Caminando y volando, volando y caminando, Ci Güeña y Ba Llena llegaron finalmente hasta un promontorio verdoso que se alargaba sobre una extensión infinita de agua azul: el océano. El sol resplandecía sobre el mar tranquilísimo y sonriente; millones de olitas juguetonas centelleaban bajo el sol. Entonces Ci Güeña, posándose en un árbol, dijo:

Ya hemos llegado. Éste es el lago llamado mar. Tírate al agua y buen provecho. Yo pasaré volando, dos veces cada mil años, por encima de este promontorio. Si tienes algo que comunicarme, colócate exactamente aquí, en el mar, que yo te reconoceré en seguida y hablaremos.

Ba Llena dijo:

¿Cómo te las arreglarás para reconocerme? ¡Soy tan pequeña…!

Y Ci Güeña:

No te preocupes; te veré porque vas a volverte tan grande que serás visible desde lejos. En cualquier caso, no olvides que posees dos pies: el día que no te guste más el mar, no tienes más que salir a tierra y volver andando a casa; quiero decir, hasta nuestro lago.

Ba Llena le respondió con saña:

¿Y quién quiere volver a esa charca miserable?

Basta.

Ci Güeña se fue volando; Ba Llena se tiró al mar y era tanta la satisfacción de encontrarse por fin en un espacio tan amplio que sintió que ya había crecido al menos el doble de su tamaño. Contenta y feliz, se puso a nadar; el mar era, sin lugar a dudas, infinito; y cuanto más Ba Llena nadaba, más crecía. Resumiendo, no había pasado ni un millón de años y Ba Llena se había transformado en un pez enorme, grandísimo, colosal. Pesaba algo así como un centenar de toneladas, medía al menos cien metros y se comía de una vez una tonelada de pequeñísimos peces.

Las cosas fueron muy bien al menos durante doscientos o trescientos millones de años; después, sin saber muy bien por qué, empezaron a descubrirse los inconvenientes del lago llamado mar. El principal, aunque parezca imposible, es que era demasiado fácil encontrar comida, demasiado abundante y muy al alcance de la mano. En su lago natal, a Ba Llena le costaba alimentarse, pasaba días enteros buscando algo que llevarse a la boca. Aquí, en cambio, no tenía más que dejarse flotar, balanceándose sobre las olas, con la boca abierta, y millones de peces se le introducían en aquella bocaza suya tan desmesurada, confundiéndola con una caverna marina, y se metían, por su propio pie, en su estómago.

Ba Llena, al no tener estímulos, no se movía, se dejaba transportar por las corrientes marinas, y al comer demasiado, tenía las digestiones pesadas y estaba siempre torpe y soñolienta. Engordaba, estaba toda ella llena de grasa, sobre todo en la cabeza, que de hecho era como un auténtico depósito de manteca. La grasa le llegaba hasta el cerebro; a Ba Llena le dolía continuamente la cabeza; entre el sueño y las digestiones, no entendía nada de nada.

Finalmente, asustada, Ba Llena reunió, para consultarles, a cuatro doctores famosos: An Gula, Lan Gosta, Pa Loma y Tor Tuga.

Después de un profundo examen, el diagnóstico que emitieron los doctores fue el siguiente:

Ba Llena está enferma de gordura. Hace falta una enérgica cura de adelgazamiento. Por tanto, aconsejamos a Ba Llena comer más de lo que le quepa.

Alguno se preguntará cómo es posible que los doctores se contradijeran de esta forma. ¿Y quién lo sabe? Son cosas que pasan.

Finalmente, Ba Llena comenzó a añorar el lago en donde había nacido y crecido llena de vida, enérgica, escurridiza, lúcida. ¡Qué bien estaba cuando estaba mal! Ba Llena pensó: «Ahora mismo me voy al promontorio, espero que pase Ci Güeña y después, andando, como la otra vez, me hago el camino de vuelta hasta mi querido lago. A lago pequeño, pez pequeño. No veo la hora de poderme quitar de encima toda esta manteca».

Ba Llena nadó hasta el promontorio y se quedó de guardia esperando a Ci Güeña. No esperó mucho, más o menos cinco siglos. Y he aquí que, inesperadamente, arriba, en el cielo, apareció un puntito negro que poco a poco se fue agrandando y tomó la forma de un pájaro de pico y patas largas. Era Ci Güeña, la cual, apenas vio la enorme espalda de Ba Llena que asomaba sobre el agua como si fuera una nueva clase de isla, descendió y gritó:

Hola, Ba; ¿algún problema?

Ba Llena le respondió:

Mi problema es que no me gusta el mar, como tampoco me gusta ser tan grande, así que quiero volver a ser tan pequeña como una vulgar sanguijuela.

Ci Güeña le respondió:

Nada más sencillo. Ven sobre la tierra firme y ponte a caminar detrás de mí con tus hábiles pies de ganso. Yo te enseñaré el camino como la otra vez. Y haciendo un paréntesis te diré que tienes razón: mejor pequeños e inteligentes en un lago, que grandes y estúpidos en el mar.

Ba Llena, muy contenta, se acercó nadando hasta una playa desde la cual partía un sendero, e intentó salir del agua. Pero, ¡ay! Terriblemente desconsolada, Ba Llena descubrió que ya no tenía pies. Mejor dicho, seguía teniendo pies, sólo que estaban tan cubiertos de grasa que ya no se veían. Ba Llena, desesperada, gritó:

¡Ay de mí, ya no tengo pies! Ci Güeña, queridísima Ci Güeña, hazme este favor, cógeme con tu pico y llévame al lago. Te lo agradeceré toda mi vida.

Entonces Ci Güeña se echó a reír y le dijo:

Ba Llena, queridísima Ba Llena, está claro que la grasa se te ha subido a la cabeza y te ha privado del sentido de la realidad. ¿Pero cómo quieres que agarre con el pico a una giganta como tú, algo así como cien toneladas de grasa?

Y así Ci Güeña se fue volando y Ba Llena se quedó en el océano a mecerse sobre las corrientes y a hartarse, muy a su pesar, de millones de peces. De vez en cuando lanza al aire un chorro de agua que es su forma de sonarse la nariz mientras llora. Llora y come, come y llora, con gran nostalgia por los tiempos felices en los que era pequeña. Éste es el motivo por el que hoy las ballenas, de tanto en tanto, vienen a varar sobre las playas y se dejan morir fuera del agua, sobre la arena. Echan de menos cuando eran pequeñas e intentan sacar los pies fuera de la grasa, pero no lo consiguen y mueren desesperadas. Luego llegan los pescadores, las hacen pedazos para extraer la grasa y entonces descubren los dos pies y se preguntan: «¿Para qué les podían servir los pies a las ballenas?». No saben que los dos pies les hubieran servido para regresar al lago, para volver a ser alegres e inteligentes.

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