Los valientes bomberos muertos de sueño

Hace mil millones de años, en una selva del Brasil, como los incendios eran muy frecuentes (una selva en resumidas cuentas no es más que un grandísimo depósito de leña), había sido creado un cuerpo de bomberos. Este cuerpo estaba dirigido por un cierto Pérez Oso, y lo componían varios Lir Ones, Mar Motas, To Pos, Hams Ters y otros animales parecidos, todos famosos por su inclinación a la vagancia y al sueño. Ahora no me vengáis a preguntar por qué estos animales habían sido nombrados bomberos con preferencia sobre otros mucho más despiertos y rápidos que ellos: honestamente, de verdad que no lo sé. Mil millones de años son una buena suma de años; y quién sabe cómo iban las cosas realmente en aquellos tiempos.

Ahora bien, una de aquellas tardes, Pérez Oso, precisamente el jefe de los bomberos, se disponía a irse a dormir. Nuestro pobre Pérez Oso había dormido sólo veinte horas de veinticuatro y realmente se sentía morir de sueño. Llegados a este punto, hay que saber que Pérez Oso tenía una manera de dormir más bien divertida: se enganchaba con las uñazas de sus cuatro patas a una rama muy alta y luego se dormía así, bamboleándose, con la espalda hacia abajo, panza arriba. En esta postura normalmente Pérez Oso dormía seguidas veintitrés horas todos los días. La única hora de vela se la pasaba nutriéndose de flores y hojas que arrancaba del árbol en el cual estaba colgado. Sin embargo, muy a menudo tenía tanto sueño, que a pesar de estar masticando se quedaba frito, con alguna hoja o alguna flor aún en la boca.

¿Por qué Pérez Oso había dormido menos aquella noche? Porque hubo una llamada a causa de un incendio. Alguien había gritado su nombre una sola vez, y luego nada más. Pérez Oso, creyendo que había oído mal, estuvo esperando durante tres horas que le confirmaran la llamada, pero ésta no llegó. Finalmente pensó que había sido una broma (también en la selva de Brasil existen descarados que se divierten llamando a los bomberos sin ningún motivo con tal de ver cómo acuden) y adoptó la ya descrita posición del sueño: cabeza abajo, patas arriba. Pero de pronto, el árbol al que estaba agarrado comenzó a oscilar y temblar, como si se tratara de un terremoto. Mientras, entre una sacudida y otra, un vozarrón cavernoso llamaba: ¡Pérez Oso, Pérez Oso!

Pérez Oso conocía esa voz: era la de Bari Bal[20], un oso más bien grande que, en la selva, asumía la delicadísima función de mensajero del cuerpo de bomberos; es decir, en la práctica hacía las veces de nuestro teléfono para las llamadas del público. Bari Bal era un tipo, en pocas palabras, muy tranquilo: caía en letargo hacia octubre y no se despertaba hasta abril; todo esto con grave daño para su oficio. Así que, también en el caso de Bari Bal, surge espontáneamente, incluso irresistiblemente, la pregunta: «¿Pero por qué confiar una misión semejante, en la que la presteza y la rapidez son esenciales, a un individuo que se pegaba una panzada de dormir durante seis meses al año?». Y estoy obligado a daros la respuesta acostumbrada: asuntos de hace más de mil millones de años más o menos, vaya usted a saber.

Pérez Oso, irritado porque le habían llamado en el preciso momento en el que se disponía a irse a la cama, preguntó groseramente: —Pero, Bari Bal, ¿se puede saber qué te pasa? Por poco haces que me caiga de mi rama.

Ha estallado un incendio gravísimo en la localidad de «Felices Sueños».

Pérez Oso estaba a punto de contestar: «¿Y a mí que me importa?», cuando se acordó a tiempo de que él era el comandante de los bomberos y preguntó: —«Felices Sueños», ¿y eso qué es?

Lo sabes muy bien, un motel de lujo, con piscina, golf, bolera, apeadero, salón de baile, etc.

Pero dime, ¿fuiste tú el que me llamó hace unas tres horas?

Sí, fui yo.

¿Y por qué no has insistido?

Bari Bal respondió un poco avergonzado:

Bueno, de pronto me entró sueño, ya se sabe, con este calor, y entonces me eché una siestecita.

A propósito, ¿quién te contó que había un incendio? No me salgas diciendo que has estado en «Felices Sueños», porque no te creo.

Por supuesto que no he estado. Me lo ha dicho Arma Dillo.

¿Ése? ¿Ha visto ése el incendio con sus ojos?

Más bien creo que sí.

¿Dónde está Arma Dillo?

Se ha ido a dormir.

Pérez Oso dudó. Por una parte, la voz del deber le decía que en cualquier caso tenía que ir a ver lo que había sucedido en «Felices Sueños»; por otra… Bueno por otra, casi, casi, se estaba ya durmiendo. Al final venció el deber. Pérez Oso dijo: —Bueno, hay que ir. ¿Cuántos kilómetros hay hasta «Felices Sueños»?

Alrededor de cien.

¡Qué le vamos a hacer!

Así que después de muchas vacilaciones y desperezamientos, el cuerpo de bomberos de la selva se puso en camino para ir a apagar el incendio que estaba destruyendo el motel más lujoso de Brasil. Ya en el camino, como sucede cuando los bomberos tienen prisa, aparecieron saliendo de los matorrales del bosque muchos To Pos, Lir Ones, Mar Motas, Hams Ters, Ar Dillas y otros animales notoriamente dormilones, también ellos, quién sabe por qué, enrolados de bomberos en vez de tantos otros más apropiados. La compañía de vez en cuando se paraba en una llanura y, en seguida, todos se quedaban fritos. Pérez Oso, en el que el sentido del deber luchaba contra una violenta inclinación a dormirse, probó a echarles un discurso en la mitad del camino: —Muchachos, ¿pero os dais cuenta de que no es momento de dormirse, sino de actuar? ¿Que los incendios no nos esperan y se propagan por su cuenta? ¿Que de ahora en adelante debemos volvernos prácticamente insomnes? Entonces, gritad conmigo: ¡Viva la vigilia, abajo el sueño!

Así proclamó con voz de trueno; pero abrumado por el sueño a mitad del discurso se le quedó sin terminar en la boca la palabra «vigilia». Dijo: «vi…», y luego se durmió de golpe, cayéndose doblado sobre el parapeto de la tribuna desde la cual hablaba. Al ver a su comandante roncar de pie, todos los bomberos, sin vacilaciones, lo imitaron. ¡Eso es ser disciplinados!

Durmieron algo así como un par de semanas y luego reemprendieron la marcha hacia «Felices Sueños». Cada día se echaban una larga siesta que al final casi se juntaba con el sueño nocturno, con sólo un intervalo de una hora o poco más dedicado a caminar. Naturalmente había quien dormía más y quien menos. Algunos sólo con un ojo; otros, no se sabe cómo, dormían caminando; por último, Pérez Oso había inventado una forma personal de dormir: dormía por partes. Es decir, por turnos, dejaba dormir una parte de su cuerpo mientras el resto permanecía despierto; por ejemplo, ahora una pata y luego las orejas, ahora la cola y luego la garganta, ahora la espalda y después la panza. Ya oigo a alguien que pregunta: ¿y el cerebro? Pues bien, tampoco esta vez sé daros una respuesta con precisión. Como ya he dicho, todo esto pasó hace mil millones de años; y además, ¿quién puede saber qué es lo que pasa en la cabeza de un dormilón como Pérez Oso, tanto hoy como en el pasado?

Bueno, después de un mes aproximado de marcha, durante el cual muchos otros bomberos, es decir, Mar Motas, Lir Ones y To Pos, se agregaron a la expedición, ¿a quién creéis que Pérez Oso y sus compañeros se encontraron en un claro de la selva? Nada menos que a Arma Dillo, presunto testimonio ocular de la catástrofe de «Felices Sueños». Todos, por supuesto, se amontonaron alrededor de Arma Dillo gritando: —¡Arma Dillo, di cómo sucedió exactamente todo; di, di, tú que has estado allí y lo has visto todo!

Y Arma Dillo, cándidamente:

Yo, si debo ser sincero, no he estado en «Felices Sueños». Del incendio me informó… Cara Col.

Ante tal respuesta, se quedaron todos consternados. Cara Col, animal lentísimo, como es bien sabido, con toda probabilidad había tardado algunos años en recorrer los cien kilómetros necesarios para llegar a «Felices Sueños»; así que estaba claro que el cuerpo de bomberos de Pérez Oso iba a llegar al lugar del desastre no sólo cuando el incendio hubiera estado más que extinto, sino también más que olvidado. Y, sin embargo, como dijo inmediatamente Pérez Oso, había que ir de todas maneras.

Al menos —añadió— para llevar a esa pobre gente que ha quedado sin hogar el consuelo de nuestra solidaridad.

Así que reemprendieron la marcha, y para no aburriros con más descripciones, digamos que, unos meses después de haberse encontrado con Arma Dillo, los bomberos, finalmente, llegaron a «Felices Sueños». Esperaban ver el panorama desolador de un incendio que les había sido descrito como furibundo y total; en cambio, su sorpresa fue enorme al descubrir que no quedaba ni rastro del incendio; y que en el lugar de los elegantes y numerosos bungalows del motel de lujo ahora surgía un inmenso recinto cuadrado, sin puertas ni ventanas, con una torre de vigilancia en cada ángulo. No se veía a nadie, ni se oía ningún ruido. Quizá, como dijo Pérez Oso, los antiguos habitantes del motel estaban encerrados en aquel enorme cuadrilátero; pero la cosa no era segura en absoluto.

Pérez Oso, intentando superar el desconcierto, dijo: —Han pasado cinco años. Es evidente que se han preocupado de reconstruir el motel.

Pérez Oso expresó el sentimiento general: —No es que lo hayan reconstruido muy bien. Estaba mucho mejor antes. Sin ninguna duda.

Una de las Mar Motas intervino:

Antes era de verdad un feliz sueño. Ahora me parece una pesadilla.

Arma Dillo dijo conciliador:

Pero mejor esto que nada.

Pérez Oso resumió la situación de esta manera: —No solamente el incendio ha sido sofocado, sino que el edificio ha sido reconstruido, aunque sea según la moda de ahora, acerca de la que habría mucho que hablar. Pero, como dice el proverbio: «Para gustos se hicieron colores». Les gusta a ellos y nosotros no podemos más que condescender.

La vocecita de un Hams Ter gritó de improviso: —¿Pero quién nos dice que les gusta? ¿Es que habéis hablado con los que viven allí?

Objeción justísima. Pronto fueron enviados unos mensajeros a dar la vuelta alrededor del edificio y a interrogar, si fuera posible, a los habitantes. Tardaron algunos días en esto, porque, como dijeron después, más de una vez, y quizá sugestionados por aquella monotonía, se quedaban roques. En cualquier caso, su respuesta fue tajante: no había ni un alma viviente en ninguno de los cuatro lados del recinto. Probablemente los habitantes, si es que los había, estaban dentro. Pero, por cierto, ¿cómo habían hecho para entrar?

Pérez Oso se rascó la cabeza y luego dijo: —Para mí que han construido por encima. Algo así como si mañana un sastre cosiera el vestido puesto sobre el cliente.

Llegado a este punto, la historia se lía. Por supuesto ¡siendo cosas de hace mil millones de años! Hay quien dice que los bomberos se dispersaron y volvieron a sus largos sueños en la selva. Pero también hay quien dice que Pérez Oso, en cambio, permaneció en «Sueños Felices», colgado de un árbol de la selva que por todos los lados rodea al inmenso recinto. Sumergido en un sueño sin final, espera el inevitable incendio del hermético cuadrilátero. Lógico, un incendio, tarde o temprano, deberá estallar; y para entonces Pérez Oso no quiere ser cogido de improviso.

[20] «Baribal»: Oso de 1,5 a 2 metros, cabeza pequeña, hocico agudo y pies y manos de escaso tamaño. Su coloración va del pardo rojizo al castaño negruzco o negro. Vive en los bosques americanos. <<

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