Una buena hormiga vale un imperio

Hace mil millones de años un cierto oso Hor Miguero[4], individuo solitario y altivo, iba caminando lentamente por la selva de Brasil buscando, como de costumbre, un hormiguero para desayunar; algo así como un millón de hormigas en lugar de nuestro café con leche. Pero he aquí que, de pronto, oyó cómo alguien le llamaba:

¡Eh, Miguero! ¡Eh, Miguero!

Bajó la mirada y vio a una hormiga que, trepada sobre un hilo de hierba, agitaba una pata. Hor Miguero refunfuñó huraño:

Para empezar me llamo Hor Miguero. Y además tengo derecho al título de Conde de la Hormiga, Príncipe de los Hormigueros, Barón del Hormiguero. O sea, que al menos llámame Excelencia.

La hormiga rápidamente le gritó:

¡Excelentísimo Hor Miguero, nos hemos reunido y hemos decidido nombrarte Rey!

¿Rey de qué?

Rey de los hormigueros.

¿Rey, nada más que Rey?

Bueno, entonces digamos Emperador.

¿Emperador, nada más que Emperador?

La hormiga se rascó la cabeza y finalmente dijo:

Digamos entonces Superemperador. ¿Va bien así?

Ahora bien, para comprender este nombramiento hay que saber que Hor Miguero era el enemigo número uno de los hormigueros. Con su larga lengua —que normalmente tenía que llevar enrollada dentro de la boca como si fuera un metro de sastre—, de un lametón certero, se llevaba como si nada un milloncito de hormigas. Desesperadas las hormigas, y después de muchísimas discusiones, habían llegado a esta sabia conclusión: «Nombremos a Hor Miguero Rey de los hormigueros, así dejará de comernos. De hecho, ¿dónde se ha visto que un Rey se coma a sus súbditos?».

Hor Miguero, como habréis ya imaginado, era muy, pero que muy vanidoso. Oyendo que le ofrecían convertirse en Superemperador, comenzó a titubear. A pesar de todo, aún objetó:

De acuerdo, seré vuestro Superemperador; a cambio se supone que ya no os puedo comer. ¿Entonces de qué viviré? ¿Qué comeré?

La hormiga le aseguró:

Nosotras nos ocuparemos todos los días de proporcionarte una montaña de bayas, raíces, capullos, tubérculos y cosas por el estilo. Verás qué plátanos te comes.

Pero de esta forma —respondió Hor Miguero— me vais a volver vegetariano.

¿Y qué? Te va a sentar bien. Entre otras cosas harás mejor de vientre. Ahora estás siempre estreñido. Cuando haces de vientre tus gritos de dolor despiertan a toda la selva.

Hor Miguero fingió que no había oído y respondió:

De acuerdo; acepto. Pero os recomiendo puntualidad en la entrega de bayas y raíces.

No lo dudes, fíate de nosotras.

¿Y la coronación como Superemperador cuándo será?

Lo más pronto posible, apenas estén listos los mínimos preparativos.

Hasta que, uno de esos días en que repleto de bayas y raíces dormitaba en su guarida, he aquí que oyó una risa estridente llegarle a los oídos. Era una extraña risa; de pronto, Hor Miguero tuvo la impresión de que se estaban riendo de él. Miró a su alrededor: en el claro del bosque, en donde estaba su guarida, no se veía ni un alma; solamente entre la hierba el vaivén acostumbrado de las hormigas que iban a sus asuntos, ya seguras, después del nombramiento de Hor Miguero como Superemperador. Hor Miguero preguntó:

¿Quién se está riendo de mí?

Una voz áspera le respondió:

Yo.

¿Quién es yo?

Tu primito Hor Miga Le On.

Hor Miguero tuvo un gesto de fastidio. Sabía muy bien quién era Hor Miga Le On: un insectucho que se escondía en lo profundo de un agujero de paredes arenosas. Apenas una hormiga caía en el agujero, Hor Miga Le On la agarraba y se la comía. Hor Miguero siempre había despreciado a Hor Miga Le On: con todos sus engaños y su paciencia no lograba, entre unas y otras cosas, comerse más de una docena de hormigas al día, mientras que él, de un lengüetazo, se tragaba mil. Molesto, le dijo:

Para empezar, no somos en absoluto primos, y además ¿de qué te ríes tanto?

El otro le respondió:

Me río de ti, que a cambio de un estúpido título has renunciado a lo mejor que existe en el mundo. ¿Sabes la canción?

No, y no quiero saberla.

Hela aquí:

Una hermosa hormiga

llena la barriga

y da más honor

que el emperador.

Hor Miguero, irritado, le gritó:

¿Y quién lo ha dicho?

¿Pero te das cuenta de lo rica que está una hormiga? —le respondió Hor Miga Le On—. ¿Te das cuenta? Asada, a la plancha, a la cazuela, a la parrilla, hervida, hasta cruda con aceite y limón: ¿te das cuenta?

Hor Miguero, enfurecido, arremetió con su lengua dentro del hoyo de Hor Miga Le On con la intención de chupárselo. Pero llegó tarde. El astuto insecto se había ya enterrado bajo tierra; Hor Miguero lo único que retiró con la lengua fue una gran cantidad de arena.

Llegó el día de la coronación y Hor Miguero se sentó sobre el trono: un árbol desenterrado para este propósito y recubierto de musgo. Para empezar, el Maestro de Ceremonias avanzó y le dijo:

Majestá, ahora viene la solemne presentación del Hormiguero. Se inicia con los Ministros, que, como se sabe, después del Superemperador son los ciudadanos más importantes.

El Maestro de Ceremonias dejó pasar a los Ministros, que llegaron hasta los pies del trono e hicieron una reverencia. El número de éstos dejó asombrado a Hor Miguero: eran treinta en total. Había de todas clases: Ministro de los Transportes (las hormigas no hacen otra cosa que transportar objetos); Ministro de las Habitaciones y los Pasillos (los hormigueros están llenos de habitaciones y pasillos); Ministro del Ahorro (las hormigas, como es bien sabido, son muy ahorradoras); Ministro de las Provisiones (dentro de los hormigueros hay gran cantidad de provisiones); Ministro de la Guerra (las hormigas son muy belicosas); y así sucesivamente. Daos cuenta de que ni siquiera faltaba el Ministro de las relaciones con Hor Miguero, puesto que ahora era más útil que nunca. Hor Miguero los miró y pensó: «¿Qué necesidad hay de todos estos Ministros? El único que me hace falta es el de las provisiones. Con los otros no sé qué hacer, o sea, que me los como».

Pensar esto y extender su lengua a toda velocidad y con un solo lengüetazo tragarse a todos los Ministros menos uno fue para Hor Miguero visto y no visto. ¡Ñam, qué ricos! Hizo chasquear la lengua y gritó:

¡Adelante los demás!

El Maestro de Ceremonias había visto cómo la totalidad del consejo de ministros había desaparecido dentro de la boca de Hor Miguero. Pero era el Maestro de Ceremonias y tenía que cumplir con su obligación. Así que dijo:

Y he aquí, Majestá, a vuestra guardia de corps.

Hubo un redoble de tambores; alrededor de un centenar de soldados escogidos dieron un paso. Hor Miguero pensó: «¿Para qué necesito una guardia de corps? Me defiendo solo. Todo lo más, con que el tamborilero anuncie mi llegada con su tambor me basta. Con los demás me hago un bocado». Dicho y hecho, desenrolló su lengua y con un par de lametones se tragó a toda la guardia de corps. Esto al Maestro de Ceremonias no le gustó nada, e intentó toser para dar a entender al Superemperador que así no podía continuar. Esfuerzo inútil. Hor Miguero se lamía los bigotes y ya desenfrenado canturreaba:

¡Adelante! ¡Adelante!

Yo me como a todo aquel

que se ponga por delante.

Entonces el Maestro de Ceremonias, con un hilo de voz, anunció:

Majestá, he aquí al invencible, heroico ejército.

Y hete aquí que, desde lo más profundo de la explanada, avanza, en filas cerradas, el ejército de las hormigas, sus estandartes a la cabeza. Había de todas las clases: los carros armados, la infantería, la artillería, la aviación, la marina, etc. Hor Miguero cantó con voz cavernosa:

Yo soy pacifista,

detesto la guerra;

fuera los ejércitos

de toda la tierra.

Apenas pronunciadas estas palabras, con tres o cuatro lengüetazos bien dados barrió al ejército en su totalidad. Solamente se salvó un cierto Hormiguito, un soldado raso, porque le prometió a Hor Miguero, a cambio de su vida, rascarle muy requetebién, todas las mañanas, la planta de los pies con la bayoneta. Al Maestro de Ceremonias le hubiera gustado, en ese momento, advertir al pueblo de las hormigas que tenía que huir si no quería acabar en la boca de Hor Miguero; pero, ¡ay!, ¡demasiado tarde! Ansioso de ver de cerca a su soberano, deseoso de aplaudirlo, todo el pueblo salió del hormiguero e invadió la llanura. Hor Miguero, que no esperaba más que ese momento, bajó del trono y arremetió en todas direcciones a lengüetazos. Al acabar, saciado, se sentó de nuevo en el trono y ordenó al Maestro de Ceremonias:

¡Un palillo!

El Maestro de Ceremonias, desesperado, corrió a llevarle el palillo. Hor Miguero se sacó las dos o tres hormigas que se le habían quedado entre los dientes, se desperezó y dijo:

Me parece que la coronación ha ido muy bien.

El Maestro de Ceremonias le respondió afligido:

¡Ay, sí, Majestá! Sólo que ahora tenemos un pequeño inconveniente.

¿Cuál?

Todos han desaparecido. Vos sois un Superemperador al cual sólo le queda el Maestro de Ceremonias, el tamborilero, el Ministro de las provisiones y el soldado Hormiguita.

¿Y bien?

Pues bien; sin un pueblo y un gobierno que os ayude a gobernarlo, ¿qué Superemperador seréis?

Hor Miguero gritó:

¡Ah, conque sí! Ahora mismo me como a ti y a tus compañeros y yo vuelvo a ser lo que era.

Dicho y hecho, lanzó la lengua en dirección al Maestro de Ceremonias y a las otras tres hormigas y de un solo lengüetazo, hay que decirlo, hizo limpieza general.

Desde entonces los osos hormigueros van pausadamente por las selvas de Brasil y en cuanto ven unas hormigas se acercan y susurran:

¿Por casualidad no necesitáis un Emperador, o un Rey, o quizá un Presidente de la república?

Las hormigas, que saben perfectamente lo que se esconde bajo estas palabras, rápidamente le responden:

De eso nada, monada.

Y entonces el oso hormiguero intenta capturar con el lazo de su lengua las pocas o muchas hormigas que se han quedado atrás entre la hierba, fuera del hormiguero. Como dice el proverbio:

Más vale una hormiga hoy

que mañana un hormiguero

y mañana un hormiguero

que raíces y bayas hoy.

[4] El hormiguero, en castellano llamado «oso hormiguero» y también «oso bezudo», es un animal de hocico largo y estrecho, cuyo carácter más distintivo es la gran movilidad de sus labios, larguísimos y extensibles, que pueden formar una especie de trompa, por la que sale una larga y estrecha lengua prensil, con la que se alimenta de miel y hormigas. Suele habitar en la India y Ceilán. <<

 

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