Coco Drilo, A. Voceta y los peces bailarines

Coco Drilo, de pequeño, se las apañaba muy bien. Su mamá le había acostumbrado a darle de comer con un cucharón lleno de exquisitos peces de todo tipo: una cucharada por las mañanas para desayunar, una cucharada a mediodía para comer y una cucharada por la noche para cenar. En Pascua, Navidad y Fin de Año, un total de seis cucharadas en lugar de las tres. De todas formas, su mamá muy a menudo le decía:

Cariñito[1] mío, un día yo ya no estaré aquí, y entonces ¿cómo vas a arreglártelas?

Pero Coco Drilo no se daba por enterado.

Un día la mamá desapareció. Pero, como de costumbre, Coco Drilo se situó en una playita solitaria, inmóvil, con la boca abierta: nada de cucharadas.

Pasó un día y luego otro e igualmente nada de cucharadas.

Coco Drilo empezó a preocuparse. Abrió la boca todo lo que pudo y gritó desesperado:

¡Mamá, mamá, mamá! ¿Dónde estás, mamá?

Entonces oyó a su lado cómo alguien le decía:

Pobre cariñito, ¿es que no sabes que madre sólo hay una? Tu mamá ya no existe.

Coco Drilo, al volverse, vio a una cierta A. Voceta[2] que, a su lado y caminando a saltitos, se dedicaba a picotear con remilgos entre los papiros. Ella era la que había hablado y, de hecho, añadió al cabo de un segundo:

Ya puedes darte prisa en encontrar una solución, porque yo vivo de los restos de comida que se te quedan entre los dientes. Si tú no comes, yo tampoco como.

Coco Drilo le preguntó:

¿Qué tengo que hacer?

A. Voceta le respondió:

Piensa.

¿Y qué tengo que pensar?

Piensa.

Coco Drilo, siguiendo el consejo de A. Voceta, se puso a pensar. Y piensa que te piensa, pensó en algo que no había pensado jamás.

Es necesario saber que Coco Drilo tenía una boca enorme; es más, se puede decir que casi todo él era boca. Dentro de la boca tenía muchísimos dientes y una lengua larguísima, lisa y blanda como si fuera un suelo tapizado con una suave alfombra.

Entonces Coco Drilo le dijo a A. Voceta:

Mira, bonita, vete avisando a todos los peces de esta zona que he decidido abrir una sala de baile, es decir, una discoteca. Lugar: mi boca. Asientos y mesas: mis dientes. Pista de baile: mi lengua. Vuela, date prisa, ve a avisar que esta misma noche será la inauguración con una fiesta de gala y regalos de valor para las damas.

A. Voceta no se lo hizo repetir dos veces. Voló sobre el río, que era además el río Nilo, e hizo una estupenda publicidad, repitiendo a voz en grito:

¡Esta noche, gran fiesta con baile en la boca de Coco Drilo! ¡Entrada libre! ¡Abierto hasta medianoche!

Como puede imaginarse, los peces se aburren, pobrecitos, en el fondo del río. No tienen nada que hacer en todo el día más que dar vueltas entre las algas y hacerse muecas unos a otros. Así que decidieron acudir en tropel a la nueva discoteca de Coco Drilo, llamada «Pez de Oro».

Llegó la noche. La orquesta, compuesta por cinco ranas con guitarra, batería y saxo, tocaba a todo volumen, manteniendo el equilibrio sobre la punta de la lengua de Coco Drilo. Los peces asomaron del agua en procesión, treparon por una escalera y se internaron en la boca de Coco Drilo. Ante sus ojos apareció una sala muy amplia, alegremente decorada con farolitos rojos. En el fondo de la sala había una tira de tela que ponía «Que se diviertan». Los peces se sentaron en los dientes de Coco Drilo, pidieron refrescos y se pusieron a bailar. ¿Habéis visto alguna vez un pez bailando? Pues bien, imaginaos lo que puede ser ver cien bailando todos a la vez.

Mientras tanto, Coco Drilo estaba quieto, con la boca abierta de par en par y los ojos semicerrados. Esperaba.

Los bailes seguían a los bailes y Coco Drilo esperaba. Había decidido anunciar a la medianoche en punto: «Señores, cerramos». En ese instante abriría por completo esa boca suya desmesurada y se daría un fenomenal atracón de peces exquisitos, fresquísimos, casi vivos.

Ahora bien, entre los peces había un tal Estu Rión[3] que era muy inteligente, pero que muy inteligente.

Entre un baile y otro, dando vueltas por la discoteca, Estu Rión se dio cuenta de que de la parte superior de la boca de Coco Drilo, arqueada como una bóveda, llovían gruesas gotas de agua. Estas gotas se formaban sin motivo aparente y caían apenas se habían formado. La realidad es que a Coco Drilo se le hacía la boca agua sólo con pensar el momento en el que se comería todos aquellos peces de óptima calidad.

Estu Rión, meditabundo, se fue a buscar a A. Voceta y le comunicó su descubrimiento: ¿Qué podían ser esas gotas? Pues bien, A. Voceta era una de esas personas incapaces de guardar un secreto, aunque con eso se perjudiquen a sí mismas. Intentó buscar una explicación:

Es que, como estamos en un río, hay mucha humedad.

Pero Estu Rión le contestó en seguida:

A. Voceta, tú que tienes las piernas tan largas, ten cuidado no sea que con tantas mentiras se te transformen en zancos.

Entonces A. Voceta, que casi explotaba de las ganas que tenía de desembuchar todo, le contó la verdad. Estu Rión comprendió que no había tiempo que perder. Se lanzó al río, cogió con la boca una enorme piedra redonda y la colocó en el fondo de la boca de Coco Drilo, entre un diente de arriba y otro de abajo, como si fuera una nuez que se quisiera cascar. Después, satisfecho, sacó a bailar una samba a una tal Car Pa, a la cual desde hacía tiempo pretendía. Y bailó con ella.

Llega la medianoche, Coco Drilo abre los ojos de par en par y grita con vozarrón cavernoso:

Señores, se cierra.

Y al mismo tiempo intenta cerrar la boca y así comerse los veinte o treinta kilos de peces que estaban divirtiéndose de lo lindo sobre su lengua. Pero, ¡crac!, los dos dientes se cerraron sobre la piedra de Estu Rión, sin lograr triturarla. Se le quedó la boca abierta. Y Coco Drilo sintió un dolor agudo, desgarrador, terrible.

Mientras tanto los peces, después de aquel vozarrón anunciando que se cerraba, se marcharon a la chita callando. Algunos, sin embargo, se quejaban:

¡Qué modales! ¡Con lo bien que estábamos!

Desde luego, a la mañana siguiente, Estu Rión contó todos los pormenores a los peces, los cuales, desde aquel día, se guardaron muy bien de volver a ir a la discoteca de Coco Drilo.

Coco Drilo desde entonces, de tanto en tanto y haciendo grandes esfuerzos, se revuelca en el Nilo buscando algo que comer. Nada interesante sin embargo, ya que los peces, nada más verle, huyen. Solamente las angulas, por ser también ellas muy perezosas, no escapan a tiempo, y Coco Drilo se las sorbe como si fueran espaguetis.

El resto de su tiempo lo pasa Coco Drilo tirado sobre la playa y, pensando en la comilona que se esfumó, llora amargas lágrimas. Por supuesto, lágrimas de cocodrilo.

A. Voceta, que le hace compañía, de vez en cuando le pregunta:

¿Qué te pasa, por qué lloras?

Coco Drilo le responde:

Lloro porque estaba convencido de que me iba a comer esos peces. Pero ¿se puede saber por qué hiciste de espía?

Y A. Voceta, ingenua:

Nadie ha hecho de espía. Esa piedra te la habías puesto tú en la boca para ir chupando algo mientras esperabas el plato fuerte. Y luego se te olvidó.

[1] En el original «Cocco mio». «Cocco» es una expresión cariñosa, que aquí cumple en italiano el doble juego, incluyendo las dos primeras sílabas de «coccodrillo». <<

[2] «Avoceta»: Pájaro zancudo de cuerpo blanco con manchas negras y pico encorvado. Moravia lo separa para dar inicial de nombre y apellido. <<

[3] Juego idéntico al de «Coco Drilo». El «esturión» es un largo pez comestible con cuyas huevas se elabora el caviar. <<

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