Sin pantalón, sin comunicación

¡Y hablando de antojos! Can Guro, individuo, sin ánimo de exagerar, bastante extrañamente constituido desde un punto de vista físico (dos minúsculas patitas anteriores encogidas sobre el pecho, dos enormes patazas posteriores dobladas hacia atrás), deseaba más que nada en el mundo un par de pantalones. Mientras daba vueltas por el desierto de Australia en busca de bayas y raíces, había visto que dos Homh Bresh los llevaban puestos; y en seguida se había encaprichado con ellos, a pesar de la diferencia evidente que había en la forma de las piernas.

Ahora bien, estos dos Homh Bresh que llevaban pantalones, iban en busca del oro que abundaba entre las arenas y piedras del desierto. Pero Can Guro, inexperto, aparte de ingenuo, no sabiendo lo que era el oro, veía a los dos Homh Bresh recoger piedras, y creía de buena fe que eran las típicas piedras comunes sin ningún valor, pero que, por algún oscuro motivo personal, ellos las estaban coleccionando como si fueran piedras preciosas.

En uno de esos días, Can Guro asistió a la siguiente escena. Un gran montón de piedras había sido apilado bajo un árbol. Los dos Homh Bresh, según las apariencias, estaban dividiendo el montón en dos partes iguales. Después, uno de ellos se inclinó para recoger una piedra que había rodado un poco más allá, y el otro, de pronto, le propinó un terrible golpe en la cabeza con un hacha, dejándolo muerto al instante. Can Guro, horrorizado, pensó: «Hay que ver lo que es capaz de hacer un Homh Breh por un par de pantalones». Naturalmente se equivocaba como consecuencia de la fijación que tenía por el vestuario. De hecho, el asesino no tocó los pantalones del muerto; le hizo, en cambio, una fosa, y ahí lo enterró con pantalones y todo; luego guardó las piedras en dos alforjas, las cargó sobre un mulo y se fue.

Can Guro, a fuerza de dar vueltas solo por el desierto, había tomado la costumbre de pensar en voz alta: una forma como otra de hacerse compañía. Así, también esta vez, pensó, o mejor se dijo a sí mismo: «Los Homh Bresh aprecian enormemente las piedras de nuestro desierto. Mucho, mucho más que los pantalones. Bien, yo ahora mismo lleno mi bolsa natural con estas piedras, voy a ofrecérselas a los Homh Bresh y a cambio consigo que me den los pantalones».

Can Guro creía que estaba solo mientras pensaba así en voz alta; pero apenas había acabado de hablar cuando dos carcajadas burlonas retumbaron sobre su cabeza. Alzó los ojos y vio, apoltronados sobre la rama de un árbol, a dos compadres bien conocidos: Papa Gallo y Cerco Piteco[15]. Los dos se desternillaban de la risa, con claros indicios de que era a costa suya. Picado, preguntó: —¡Eh, vosotros! ¿Acaso os estáis riendo de mí?

Papa Gallo respondió con aire indiferente: —Nos reíamos de ciertas personas que pretenden conocer el mundo, y en cambio…

Por casualidad, ¿seré yo de ese tipo de personas?

Sí. Justamente lo eres.

¿Por qué?

Porque te engañas sobre lo que son los Homh Bresh; no te das cuenta de que, por este camino, no conseguirás jamás los pantalones.

Jamás —repitió como un eco Cerco Piteco.

Explicaos, porque si no…

Cerco Piteco dio una voltereta y luego dijo: —Queridísimo Can Guro, tienes razón, los Homh Bresh, quién sabe por qué, valoran mucho nuestras piedras. Pero dime ahora, ¿qué harás, una vez que estés con ellos, para explicarles lo que quieres? Ellos pueden creer, por ejemplo, que las piedras se las regalas y entonces las cogerán, quizás agradeciéndotelo, pero sin darte nada a cambio.

A Can Guro esto le sentó fatal. Había pensado en todo, a excepción de que para él era absolutamente imposible hacerse entender por los Homh Bresh. Se rascó la cabeza, suspiró, y luego le dijo a Cerco Piteco: —Tú, que eres inteligente, Cerco Piteco; dime qué es lo que tengo que hacer.

Cerco Piteco adoptó un aire grave y sabihondo: —Por lo pronto, ¿sabes tú qué hacen los Homh Bresh para entenderse entre ellos?

No.

Por medio de un verso[16] que ellos hacen y que no es el balido, ni el relincho, ni el mugido, ni el rebuzno, ni el gruñido, ni el bramido, ni ningún otro verso de los que hacemos nosotros los animales, sino todos estos versos juntos, más algo más.

¿Y cómo se llama este verso suyo?

Se llama la Palabra.

¡Ah!, la Palabra.

Pero no basta. Además de la Palabra, los Homh Bresh se entienden por medio de movimientos que hacen con las manos y, en general, con todo el cuerpo. A este movimiento ellos lo llaman Gesto.

Palabra y Gesto. Bello, bellísimo. ¿Y entonces?

Entonces fíate de quien sabe lo que es la Palabra, y de quien sabe lo que es el Gesto.

¿Es decir?

Papa Gallo, impaciente, gritó:

De nosotros dos, Can Guro, de Cerco Piteco y de mí, porque yo sé lo que es la Palabra y Cerco Piteco sabe lo que es el Gesto.

Llegado a este punto, hay que saber que Papa Gallo, durante muchos años, había estado sujeto sobre un níspero, en casa de una familia de la cual formaban parte cuatro chicos especialmente turbulentos. En cuanto a Cerco Piteco, estuvo durante bastante tiempo encerrado dentro de una jaula del zoo; y algunos muchachos maleducados se pasaban el tiempo haciéndole muecas y gestos de burla.

Posteriormente, Papa Gallo y Cerco Piteco habían logrado escapar, y ahora, en el desierto, presumían de conocer a los Homh Bresh mejor que nadie.

Papa Gallo gritó:

Escucha, que ahora te hago oír la Palabra.

Se hinchó completamente, se asomó fuera del árbol y luego gritó: —¡Cretino, estúpido, imbécil! ¡Tonto, tonto, tonto!

Can Guro preguntó:

Entonces, ¿eso sería la Palabra?

Por supuesto.

Veamos lo que es el Gesto.

Cerco Piteco, de pronto, se lanzó de rama en rama hasta lo más alto del árbol. Desde ahí, triunfante, hizo el vulgarísimo gesto de mofa que consiste en poner la mano izquierda sobre el antebrazo derecho[17]. Can Guro preguntó: —¿Esto es el Gesto?

Exacto.

Can Guro se rascó de nuevo la cabeza y dijo: —No hay la menor duda de que vosotros conocéis lo que es el Gesto y lo que es la Palabra. Vamos, hay que decidirse, porque quiero absolutamente mis pantalones. ¿Qué queréis por acompañarme hasta los Homh Bresh?

Papa Gallo gritó:

Yo querría una camisa. Quizás con encajes.

Cerco Piteco respondió a su vez:

Y yo un par de calzoncillos con lunares azules y rojos.

¿Por qué con lunares?

Hace más hombre.

Ah, entiendo.

Bien, el día acordado, Can Guro se llenó el marsupio[18] con una buena cantidad de vulgarísimas piedras y se puso en camino, brinca que te brinca. Por encima de su cabeza revoloteaba Papa Gallo; a su lado dando volteretas iba Cerco Piteco.

Llegaron al pueblo de los Homh Bresh, es decir, de los buscadores de oro, formado por tiendas y barracas. Y justamente ese día, sobre una cuerda entre dos palos, colgaban, secándose al sol, algunos pantalones, bastantes camisas y más de un calzoncillo. Uno de los buscadores de oro estaba delante de su tienda, ocupado en cortar madera con el hacha. Can Guro, educadamente, se acercó, tosió un poco para atraer la atención y luego volcó sobre la tierra todas aquellas piedras sin ningún valor con las que se había llenado el marsupio. El Homh Breh se quedó con la boca abierta de estupor. Llamó a su mujer, que estaba cocinando en la tienda, y gritó: —Pero mira a esta bestia: me ha volcado encima un montón de piedras y ahora me está mirando fijamente como si esperara alguna cosa de mí.

La mujer, desconfiada, le advirtió: —Ten cuidado. Los canguros dan buenos puñetazos.

Can Guro esperó un poco, luego se volvió hacia Papa Gallo y le dijo: —Venga, echa fuera la Palabra.

Papa Gallo dio una vueltecita por encima de la cabeza del Homh Breh y gritó: —¡Cretino, estúpido, imbécil! ¡Tonto, tonto, tonto!

El Homh Breh gritó enfadado:

¡Eh! ¿Pero se puede saber qué te pasa?

Can Guro, contentísimo y lleno de esperanza por los pantalones, dijo a Cerco Piteco: —Ahora es tu turno. Venga, haz el Gesto.

Cerco Piteco se adelantó y, justo bajo la nariz del Homh Breh, hizo, con el antebrazo así doblado, el vulgar gesto de mofa.

¿Habéis visto al Homh Breh? Se inclina, agarra un palo y se lía a porrazo limpio con todos. En primer lugar con Can Guro, que salió con una de las patas posteriores fracturadas. Luego con Papa Gallo, que se quedó con un ala medio rota. Finalmente, con Cerco Piteco, que recibió sobre la espalda un palo de los que quitan el hipo. Los tres escaparon lo más rápidamente que pudieron, de lo contrario, el Homh Breh, furioso, los hubiera matado. Y corrieron, corrieron, corrieron sin parar hasta que se encontraron de nuevo en el desierto.

Así que nada de pantalones para Can Guro; nada de camisas para Papa Gallo; nada de calzoncillos para Cerco Piteco. Pero sobre todo, nada de comunicación entre los Homh Bresh y los Ani Males.

[15] «Cercopiteco»: Mamífero parecido al chimpancé, pero con cabeza más pequeña y miembros largos y delgados. Tiene el pulgar muy desarrollado y habita en los bosques de África occidental. <<

[16] Respeto la palabra «verso» del original. Que significa: «Modulación especial de un sonido, de una voz, del canto de un pájaro, y también de la cadencia de ciertos dialectos». <<

[17] Es, evidentemente, el típico gesto de mandar a la porra. En italiano se llama «la pernachia», como en catalán «la butifarra». En castellano suele decirse «corte de mangas». <<

[18] Es el nombre que recibe la bolsa de los canguros donde suelen llevar a las crías. <<

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