El león

Vivían en otro tiempo cuatro jóvenes dé la casta de los brahmanes, cuatro hermanos que se querían
entrañablemente y que habían resuelto viajar juntos hacia un imperio vecino, en el que esperaban
encontrar fortuna y renombre.
Tres de ellos habían estudiado seriamente todas las ciencias y conocían a fondo la magia, la astronomía, la alquimia y las doctrinas ocultas más difíciles, en tanto que el cuarto no había cultivado ningún saber;él no poseía más que la inteligencia.
Mientras caminaban, uno de los doctos hermanos hizo la siguiente observación:
–¿Por qué nuestro hermano, que no posee ningún conocimiento, debe beneficiarse con nuestra
sabiduría? Jamás podrá obtener el favor de los reyes, e inclusive nos pondrá en ridículo. Es preferible que retorne a casa.
Pero el hermano mayor le respondió:
–¡De ninguna manera! Permitámosle compartir nuestra buena fortuna, porque es nuestro hermano
bienamado y puede que encontremos para él una posición que ocupe sin ocasionarnos vergüenza.
Siguieron, pues, su camino y al cabo de cierto tiempo, mientras atravesaban un bosque, advirtieron
la osamenta de un león que yacía dispersa sobre el sendero. Los huesos estaban blancos como la leche y duros como el silex, pues habían sido secados y blanqueados por incontables soles.
Entonces, el que había censurado la ignorancia del hermano menor volvió a hablar:
–Mostremos a nuestro hermano las maravillas que la ciencia puede cumplir. Burlémonos de su falta de
saber convirtiendo esta osamenta en un león vivo.
Mediante algunas palabras mágicas yo puedo ordenar a estos huesos que vuelvan a juntarse en
armonía.
Y pronunció las mágicas palabras, de suerte tal que los huesos volaron por el aire y volvieron a
ensamblarse en un perfecto esqueleto.
–Yo –declaró el segundo hermano–, mediante una fórmula encantada puedo cubrir estos huesos con
tendones, cada uno en su lugar correcto, y regenerar los músculos irrigándoles sangre, y crear asimismo las venas, los humores, la médula, los órganos y la piel.
Y pronunció la fórmula encantada, y el cuerpo del león, enorme, perfecto y peludo, apareció ante ellos.
–En cuanto a mí –intervino el tercer hermano–, yo puedo, gracias a una sílaba hechizada, dar calor a
esta sangre y movimiento a este corazón, de modo que el animal viva, respire y pueda devorar a las
demás criaturas... e inclusive lo escucharéis rugir.
Pero antes de que el otro pudiese pronunciar la sílaba hechizada, el cuarto hermano, que nada sabía
de las ciencias, puso su mano sobre la boca del que había hablado y gritó:
¡Detente! No digas esa palabra..., pues lo que tenemos delante es un león, y si tú le das la vida nos
devorar.
Al escucharlo los otros rieron y se burlaron de él: – ¡Vuelve a casa, loco! ¿Qué sabes tú de la ciencia?
Mas él les respondió:
–Esperad al menos, antes de resucitar al león, a que vuestro hermano se haya refugiado en ese árbol. Y
ellos consintieron.
No había concluido casi de trepar al árbol cuando la palabra fue pronunciada. El león se sacudió y abrió sus grandes ojos amarillos. Luego se estiró, levantóse en toda su talla y comenzó a rugir, y saltando velozmente sobre los tres sabios doctores los mató y comenzó a devorarlos.
Cuando el león se hubo retirado, el adolescente –que nada sabía de la ciencia y que no poseía más
que la inteligencia– descendió del árbol y retornó a su casa.

 

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Asociacion Cultural y Educativa Contracorriente -  Alojado por Overblog