Por la escala social

El consejero provincial Dolbonosov, hallándose en Petersburgo en comisión de servicio, fue a parar, por pura casualidad, a una velada que ofrecía en su casa el príncipe Fingalov; y, para sorpresa suya, encontró allí al estudiante de derecho Schepotkin, que cinco o seis años antes daba clases particulares a sus hijos. No conociendo a nadie más, se acercó, aburrido, a Schepotkin.

¿Cómo es que…, cómo ha venido usted a esta velada? —le preguntó llevándose la mano a la boca para disimular un bostezo.

Lo mismo que usted…

Bueno, eso será cosa de ver —enfadose Dolbonosov, mirando al joven por encima del hombro—. ¡Ejem…! ¿Qué tal…, qué tal le van las cosas?

Regular… Me gradué en la Universidad y ahora soy delegado especial de Podokónnikov.

¡Ahí…! Para empezar no está mal. Pero… Perdone la indiscreción: ¿qué representa ese cargo desde el punto de vista monetario?

Ochocientos rublos.

¡Bah! Con eso no hay ni para tabaco —murmuró Dolbonosov adoptando de nuevo un tono de protectora condescendencia.

Desde luego, para vivir decentemente en Petersburgo no es bastante, pero, además, soy secretario de la administración del ferrocarril de Ugaro-Deboshirskaya, y en este puesto gano mil quinientos rublos…

¡Ah! En tal caso, naturalmente —le interrumpió Dolbonosov mientras su cara se iluminaba con una especie de resplandor—. A propósito, querido mío, ¿cómo conoció usted al dueño de esta casa?

Muy sencillo —respondió, indiferente, Schepotkin—. Me presentaron a él en casa del secretario civil Lodkin…

¿Usted… visita a Lodkin? —desorbitó los ojos Dolbonosov.

Muy a menudo. Estoy casado con una sobrina suya…

¿Con una sobrina? ¡Hem…! ¡Quién lo iba a decir! Pues yo ¿sabe usted?, siempre le deseé, siempre le predije… un porvenir brillantísimo, respetable Iván Petróvich…

Piotr Ivánich.

Eso es, Piotr Ivánich. ¿Sabe usted? Cuando le vi me dije: «Es una cara conocida». Al momento le reconocí, y pensé: «Tengo que invitarle a almorzar. No rechazará la invitación de un anciano». ¡Je, je, je! Hotel Europa, habitación treinta y tres. De la una a las seis…

 

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